Al igual que se han atrevido a hacer de la pobreza reality shows al estilo de la serie americana «Here comes Honey Bo Bo», alguna especie de humanos poco humana ha osado hacer turismo de la desgracia ajena; ya no se trata solo del turismo sexual que se nutre de carne desnutrida, sino que también en algunos rincones del planeta se practica el turismo de guerra, de incendios, de inundaciones y de todo aquello con lo que se puede hacer de las catástrofes (inducidas o naturales) un museo vivo en el que se exhiben las ruinas de la civilización o un escaparate de los aspectos más miserables de la condición humana.
Cuánta razón tuvo Mark Twain cuando dijo que “Viajar es fatal para el prejuicio, la intolerancia y la estrechez de mente”, cuán cierto es que hacer turismo es el mejor antídoto contra las aberraciones del separatismo y de los nacionalismos fundamentalistas.
Hoy, que el estallido de las contradicciones del sistema envuelve al mundo en un ambiente prebélico. Hoy, que tantas multitudes parecen un polvorín y tantas palabras la chispa que enciende su mecha. Hoy, que la presencia de buques habla más alto que la diplomacia. Hoy, que el premio Nobel de la paz es el primer abanderado de la guerra. Hoy más que nunca, el Turismo debe fortalecerse como la industria de la paz, porque en su actividad se concatenan y se consagran las aspiraciones y los mejores principios de las sociedades avanzadas, los que se cimientan en la convivencia, la hospitalidad, el conocimiento mutuo y en la valoración del paisaje, de la cultura y de la historia ajenos. Millones de personas vacacionan y hacen turismo para recuperarse del mundo. La actividad turística es el oasis, la pausa, la tregua.