La autora de ‘El sentido del viaje’, Patricia Almarcegui, detalla en un artículo que publica El País los 4 motivos principales que llevan a viajar, como son el valor testimonal, el cambio del concepto del tiempo, el estímulo de todos los sentidos, y revivir experiencias que tuvieron otros (Almundo: debemos adaptaros a un viajero que se exhibe en Instagram).
El valor testimonial de un viaje, a su juicio se basa en que «nada tiene que ver leer sobre una ciudad en una mesa de despacho a sentirla desde el propio lugar. Allí está la gente, el clima y el mundo, es decir, un marco que permite pensar el mundo de otra forma. Quien visita Weimar, Nara, Sidi Ifni o Sighetu se siente ligado a ellas. Así somos los humanos y, además, ‘es que yo estuve allí’. A partir de entonces, se releerá probablemente a Goethe, Silva, Shonagon y Schlattner y se seguirá con atención los acontecimientos de estos sitios. Hace años, viajaba para comprobar si lo que había leído coincidía con lo que veía».
En segundo lugar, el cambio del concepto del tiempo en un viaje se prueba en que «el tiempo se dilata y se ralentiza durante el viaje. Se deja atrás la velocidad y la cotidianeidad del día a día que impiden reparar en los acontecimientos. En el viaje, decía Annemarie Schwarzenbach, ‘las cosas se hacen como si fuera la última vez’. Y surgen un tiempo y tempo diferentes» (Los 5 destinos de moda para 2019).
En tercer lugar, el estímulo de todos los sentidos, donde miramos, pero también escuchamos, olemos, gustamos y palpamos. «En este orden o en otro, pues cada sentido tiene su memoria y la cercanía o lejanía de un recuerdo depende también del sentido que se activa. Ya sabemos que la descripción y la escritura del viaje es una cuestión de mirada, qué o qué no se deja de ver, pero también, por ejemplo, del oído. En definitiva, cualquier ejercicio que ayude a que los sentidos estén más abiertos y a dar mayor contenido a los destinos, pues los viajes no se miden por cuánto dan, sino por lo que significan».
Finalmente, una causa para viajar es revivir experiencias que tuvieron otros, ya que «el viaje puede devolver el tiempo real de una representación cultural, hacer pervivir la experiencia de sus autores y crear la ilusión de que se podría emularlos. Por ejemplo, aproximarse a John Ford visitando la localidad irlandesa de Cong y los lugares donde se rodó El hombre tranquilo (1952), o transitar por el barrio tokiota de Shibuya e imaginar cuando ya no exista, al igual que nos cuenta Shun Umezawa en el manga Bajo un cielo como unos pantis. Pero, también, el viaje puede devolver el tiempo real de experiencias terribles, humanas y colectivas, que han quedado silenciadas y que yendo al lugar podrían ser contestadas: los Balcanes, Hiroshima, Auschwitz, del Rif al Yebala, Sighetu».