La mayor quiebra turística de la historia tiene su punto de partida en 2007, cuando Thomas Cook, antes de la irrupción de la crisis, se endeudó en demasía para absorber a My Travel. El desplome económico desde 2008 por la crisis financiera mundial redujo las expectativas de ingresos al pionero de los viajes empaquetados, y le impidió pagar esta deuda al ritmo previsto, como desgrana esta sección Fin de semana de análisis en REPORTUR.
Thomas Cook fue a contracorriente desde entonces. Se sucedieron los consejeros delegados, pero ninguno logró dar con la fórmula para mejorar la rentabilidad, como sí estaba consiguiendo su archirrival Tui, gracias a hacerse más hotelero y a comprar más barcos. Intentaron copiar su estrategia, pero lo hicieron de manera errónea.
Thomas Cook decidió demasiado tarde concentrarse en ser más hotelero y menos touroperador. Además, carecía de un socio experto como es Riu en el caso de Tui, y apostó por dar prioridad al desarrollo de un producto hotelero más diferenciado y minoritario como Casa Cook, en lugar de uno de masas más acorde con el tipo de cliente de sus agencias, como sí hizo Tui con Riu.
A finales de 2011, Thomas Cook vivía su primer hundimiento hasta mínimos en Bolsa, y tenía que llegar a un acuerdo con los bancos, a la vez que anunciaba grandes despidos. Desde entonces, y al calor de la recuperación económica mundial, logró ir aliviando sus cuentas, pero el cambio de modelo que planeó lo ejecutó con demasiada lentitud, mientras sus nuevos rivales online, con menos carga de estructura, y las low cost, que han ido sustituyendo a las aerolíneas chárter, le fueron comiendo el terreno.
En paralelo, y más recientemente, llegó el Brexit, cuyas incertidumbres ralentizaron la venta de viajes y depreciaron la libra. Los acreedores comenzaron a aumentar la presión, y obligaron a Thomas Cook a vender activos, de modo que decidieron intentarlo con su aerolínea. No tuvieron éxito, y ahí los bancos se convencieron de que difícilmente llegarían a cobrar su deuda.
En los últimos meses la situación ya era crítica, aunque la mayoría de hoteleros no quería creerlo. Los chinos de Fosun y los rusos-turcos de Anex planteaban rescates, pero nunca fueron suficientes. Se decidió esperar al fin del verano para ver si con la liquidez recabada en la temporada alta se podía convencer a los bancos, mientras las casas de análisis y las auditoras proclamaban las dudas sobre su viabilidad.
Llegó septiembre, y con el bagaje de un verano decepcionante, con récord de turismo interno a causa sobre todo de la ola de calor en el norte de Europa, el desenlace en forma de bancarrota se antojaba inminente. Después de varios meses llamando alarmistas a los bancos y a los periódicos que avisaban de la realidad —como con Marsans, Spanair, Orizonia o Transhotel—, la fuerza de los hechos era ya un tsunami imparable.
Los síntomas inequívocos de que la quiebra era inmediata se dieron durante la pasada semana, cuando el grupo se declaraba en bancarrota en EEUU para blindarse ante una quiebra, a la vez que se descubría un plan de las autoridades para repatriar a los turistas del touroperador esparcidos por todo el mundo.
Y llegó el fin de semana, y fue cuando muchos empezaron a tomarse en serio de verdad la posibilidad de quiebra, ante la reunión el domingo entre los bancos y el grupo turístico que iba a decidir el futuro de la agencia más antigua del Reino Unido. Se dijo que la clave era conseguir 200 millones de euros, pero luego se demostró que ese no era el verdadero gran problema.
Algunos grandes hoteleros mallorquines, por no creerse que la posibilidad de quiebra fuera real, esperaron hasta ese domingo para proponer una salvación que de haber llegado antes habría tenido alguna opción más de éxito. Seguramente por sentimentalismo, contradijeron a sus directivos que llevaban meses aconsejando cubrirse con garantías dada la crisis evidente del touroperador.
La loable iniciativa de Miguel Fluxá de lanzar una propuesta para convertir deuda de los hoteleros en capital llegó demasiado tarde a Londres, cuando ya solo faltaba materializar la quiebra. La clave de su plan no estaba solo en retrasar los cobros, sino en el planteamiento de pedir dos asientos en el consejo, como prueba de la voluntad de que fueran expertos quienes volteasen la viabilidad a la larga del gigante.
Porque la decisión de declarar la quiebra no se tomó tanto por los 200 millones reclamados, sino sobre todo porque los bancos y el Gobierno británico no tenían confianza en que tras tantos años tocado el grupo diera muestras de poder enderezar el rumbo, con un horizonte además en el que se vislumbra una imparable crisis económica en el mundo desarrollado, por lo que prefirieron cortar cuanto antes que alargar una agonía sin salida, en la que tampoco se fiaban del todo de los chinos.
Y así, a las 3.41 de la mañana del lunes 23 de septiembre, el equipo de Preferente liderado por Juan Mestre, demostrando que para quien antepone el servicio al lector no hay horario ni descanso, informaba en primicia en España en el digital y con una alerta en los teléfonos móviles de que tras 178 años de historia quebraba Thomas Cook, escribiendo una página ineludible en la historia del Turismo con la mayor bancarrota vivida por el Sector.
Daba comienzo de esta manera una semana de infarto con cientos de miles de turistas que quedaban tirados a la espera de la mayor repatriación desde la II Guerra Mundial; con miles de empleados despedidos por todo el mundo; con cientos de vuelos cancelados, y con cientos de millones de euros de adeudos pendientes a hoteleras y mayoristas.
“El 11-S del turismo”, “como Lehman Brothers”, “peor que Marsans y Orizonia”, fueron algunas de las reacciones de los líderes turísticos para tratar de definir la magnitud de la noticia, de una dimensión desconocida hasta la fecha, y tratando de ilustrar el impacto de una quiebra que supondría un antes y un después, un punto de inflexión donde ya nada volverá a ser igual en la comercialización turística.
Pero pese a la consternación, también era hora de ponerse manos a la obra para evitar agrandar los males. El gran riesgo a medio plazo de esta quiebra venía de una posible pérdida de plazas aéreas para la próxima temporada, por lo que urgía que los aviones de Thomas Cook no se los llevasen los ‘lessors’ a otras zonas donde les pagarán más por ellos, como fuera probablemente Asia.
Las filiales de Thomas Cook en los distintos países iban cayendo, con la excepción de Escandinavia, pero la batalla clave se libraba en salvar a Condor, a la que Merkel dio el plácet a un rescate de 400 millones, confiando en que no le ocurriera cuando hizo lo mismo con Air Berlin, y buscando no acelerar la sensación de crisis económica inminente que invade Europa.
Una vez cumplida esta misión, operadores como Jet2 anuncia medidas para cubrir el hueco del quebrado gigante, a la vez Tui y Easyjet quedan como grandes beneficiarios, de igual modo que los pujantes On The Beach y We Love Holidays, mientras en el otro lado de la moneda sobre todo las pequeñas hoteleras temen hoy por su viabilidad, ya que en el mejor de los casos cobrarían dentro de varios meses, y tienen que afrontar el invierno con exigua liquidez.
Las mayoristas como Webbeds o MTS también han quedado como afectadas por la gran quiebra, dejando tocado al nicho de los bedbanks que ya cuenta con su principal actor Hotelbeds también acuciado por una importante deuda en relación a sus activos, como se anunció en la portada de Preferente de mayo de este año, donde aparecía junto a la ya derrumbada Thomas Cook y a la OTA Edreams.
Porque la caída de Thomas Cook, igual que la de Orizonia, no se produjo solo por un modelo obsoleto como proclaman la mayoría de analistas, sino sobre todo por haberse endeudado más de lo que podían, pues si el gran problema fuera de modelo otros gigantes como Tui o Globalia ya habrían quebrado, y OTAs como Amoma seguirían en pie.
Las perspectivas más certeras avalan que la touroperación no va a desaparecer, sino que va a reducir su peso de igual modo que ha ocurrido históricamente con el surgimiento de disrrupciones como la televisión en su momento, que no terminó con la radio sino que bajó su cuota, o los periódicos digitales y los impresos, o las propias OTAs y las físicas, que coexisten cada una con sus mercados.
Hoy, la desaparición de Thomas Cook ha sido la gota que ha colmado el vaso de un año aciago para el turismo vacacional, con la crisis del Caribe auspiciada por el sargazo en México, la campaña mediática de desprestigio contra Dominicana, y el obús de Trump contra Cuba –como ha venido revelando REPORTUR.mx–, así como en el Mediterráneo por las anteriores quiebras aéreas como Monarch o Air Berlin, o la reciente de una OTA como Amoma.
El cráter de la quiebra aún está caliente y emitiendo humo, pero la cara de la moneda es que al menos ha llegado tras años de bonanza que van a permitir capearla mejor que si hubiera ocurrido ocho años atrás, aunque la cruz es que el sector de la intermediación se va a ver irremediablemente tocado en su prestigio y perspectivas ante los bancos e inversores, y que el gremio hotelero va a tener que bajar aún más sus tarifas para compensar la pérdida de demanda negociando en pleno estado de c
excelente nota para comprender el origen de semejante noticia