Nunca antes como hoy el Turismo había sufrido tantas embestidas por todos los frentes, que están extendiendo la turismofobia a cada vez mayores capas de población y no solo de unos pocos radicales, a causa de la masificación que ha traído Airbnb y de la creciente conciencia ecologista, como desgrana esta sección Fin de semana de análisis en REPORTUR.
Las aerolíneas han sido las últimas en verse afectadas por un movimiento surgido en Suecia que enfatiza la contaminación del transporte aéreo, a la par que los cruceros están cada vez más en el punto de mira, y que los rent a car son vistos con más incomodidad, mientras los precios de las viviendas se han disparado.
El ‘boom’ turístico de los jóvenes, que prioriza el gasto en viajes más que ninguna otra generación, unido al de las escapadas de asiáticos, ha llevado a que la ciudadanía europea de los grandes destinos vea alterada la estabilidad de su rutina y que sienta amenazada su identidad cultural.
Así, los distintos movimientos contra el Turismo gozan cada vez de mayor aceptación, hasta el punto que las corrientes de pensamiento que imponen grandes periódicos como El País hable de que el “sueño” de antaño por atraer viajeros se torna “en pesadilla” por la saturación de los principales destinos.
Los activistas del ecologismo también tienen más penetración social que nunca gracias a las redes sociales, como prueba el movimiento ‘Flygskam’ —que literalmente significa “Vergüenza de volar”—, lo que impulsa manifestaciones contra la construcción de nuevos hoteles o también contra los cruceros.
LA MECHA. El origen de este creciente sentir guarda gran relación con el auge de Airbnb consentido por los gobernantes, pues al ubicar usos turísticos en zonas residenciales la ciudadanía ha visto afectada su rutina por el turismo, cuando nunca antes había ocurrido así.
La dueña de Riu, Carmen Riu, señaló al respecto que, en Mallorca, la turismofobia “sólo la ves en zonas donde convive la ciudadanía mallorquina”, por lo que insistió en que el alquiler vacacional “es malo para la isla y habría que prohibirlo”.
“Todos teníamos asumido que los turistas estaban concentrados en determinadas zonas y dejábamos el resto del territorio libre para nuestro disfrute o el de algunos viajeros. ¿En qué momento surge la turismofobia? En el momento en el que hay alquiler vacacional; en el momento en que mezclamos en un mismo edificio turistas con residentes, o en un mismo barrio, donde hay gente paseando con maletas y que lógicamente buscan un disfrute distinto del barrio. Al principio se habló de ‘economía colaborativa’, pero es falso porque hay grandes empresas de alquileres vacacionales. Esto se va a volver en contra; de hecho, ya está empezando. Para mí con el alquiler vacacional nos estamos cargando la esencia, por ejemplo, de Palma”, declaró en una entrevista en mallorcadiario.com.
Carmen Riu dejó claro que “tenemos un territorio limitado y nos tenemos que poner de acuerdo la sociedad mallorquina en determinar cuántos turistas queremos y, a partir de ahí, tomar las medidas y ver qué tipo de turismo nos aporta mayor valor añadido. Y que además sea una economía clara, no una economía sumergida como la que hay en algún tipo de explotaciones”.
SATURACIÓN. Así, en Venecia, Barcelona o Londres, las autoridades están tomando medidas para limitar la afluencia de visitantes, al apreciar una amenaza para la sostenibilidad de las urbes, limitando la duración de alquileres turísticos o regulando la llegada de los cruceros, mientras en Tailandia y Filipinas, están llegando a cerrar algunas playas durante varios meses.
En Venecia, en 2017, se prohibió la creación de nuevos hoteles en el centro de la ciudad y en Cerdeña, muchas playas han establecido un numerus clausus de entre 300 y 1.000 personas al día que deben pagar una entrada de entre 1 y 10 euros, coincidiendo que en Italia, las autoridades buscan combatir la afluencia incontrolada de turistas sin renunciar al maná financiero que generan.
En España, es Barcelona la que se está rebelando contra la sobredosis turística, hasta el punto de que para sus ciudadanos el turismo llegó a convertirse en la primera preocupación, después de que sobre todo tras una moratoria hotelera el viajero low cost se haya disparado al calor del alojamiento en viviendas que promueve Airbnb en ubicaciones sin permisos turísticos.
«Los problemas son mediatizados pero muy localizados, están menos relacionados con el número de turistas que con la fricción con las poblaciones locales obligadas a compartir un espacio congestionado», dice el consultor Bruno Hallé, jefe de la sección de hospitalidad de Cushman & Wakefield, recordando a Les Echos que en Benidorm o en el resto de las zonas vacacionales de la costa mediterránea, donde el urbanismo está adaptado, el gran número de turistas no supone un problema.
Barcelona emerge como ejemplo de los males a evitar para que cualquier destino no caiga víctima de la turismofobia por la saturación, por lo que las iniciativas para no seguir este caso se multiplican en otras partes de Europa, como en Ámsterdam, donde limitó a 30 días al año el alquiler de alojamientos a los turistas, y prohibió la apertura de nuevas tiendas de souvenirs, o en Dubrovnik, donde introdujeron cuotas diarias de visitantes, a la vez que en Grecia, se ha limitado la llegada de pasajeros a la isla de Santorini.
En el Reino Unido, la Comisión Parlamentaria de Medio Ambiente de la Cámara de los Comunes lanzó el 18 de julio una encuesta sobre el turismo sostenible para examinar los impactos en el medio ambiente y cómo limitarlos, y publicará un informe a principios del año que viene, en el que se analizará cómo el Gobierno puede promover el turismo sostenible en el Reino Unido y si debería implicarse más en la limitación de los efectos negativos del turismo británico en el extranjero.
Edimburgo, de su lado, desea imponer un impuesto turístico de 2 libras esterlinas por habitación y noche durante la primera semana de estancia en todas las reservas, incluido Airbnb. aunque la medida no se aplicará hasta que el Parlamento escocés legisle sobre el tema para permitir que las ciudades introduzcan tales impuestos.
VERGÜENZA. Pero junto a las incomodidades para los residentes que ha supuesto verse abordados en poco tiempo por hordas de viajeros, una nueva amenaza para el turismo procede del ecologismo, y pone en la mira a los aviones por su contaminación.
En Suecia, unos activistas empezaron a criticar seriamente a quienes viajaban en avión, con un movimiento que incluso creó una palabra, ‘Flygskam’, que significa “Vergüenza de volar”, logrando un gran impacto y llegando a extenderse a Gran Bretaña bajo el nombre “Extinction Rebellion”.
Los objetivos de este movimiento son más amplios y recientemente se ha volcado también contra los vuelos en el aeropuerto de Heathrow, el más activo de Europa, a la vez que como reveló Preferente, ha llegado a Francia, ya a nivel parlamentario, proponiendo a nivel legal la prohibición de todos los vuelos comerciales en los trayectos en los que hay tren de alta velocidad como alternativa.
Con 20 mil aviones volando en el mundo y 50 mil para dentro de veinte años, la aviación empieza a ser un problema ambiental, pues para los coches ya hay alternativas eléctricas más sensibles, pero con los aviones las cosas son más complicadas porque el peso de las baterías, el avión comercial totalmente eléctrico está demasiado lejos de los conocimientos humanos actuales.
Las protestas tienen dos vertientes que ponen a las aerolíneas contra las cuerdas: en primer lugar, la imagen, seriamente dañada de este sector y, segundo, la pérdida de clientes que no se nota en general pero sí en lugares concretos como Suecia, donde este movimiento ha conseguido por ejemplo que en abril de este año los pasajeros de las aerolíneas cayeran un 15 por ciento sobre el año pasado.
La IATA ha respondido a ello argumentando que hoy un vuelo contamina exactamente la mitad de lo que lo hacía en 1990, en una prueba del esfuerzo que se lleva a cabo para reducir el impacto ambiental de la aviación, pero el número de aviones volando es tanto más alto que la reducción del impacto individual de cada avión.
NAVIERAS. Finalmente, el sector de los cruceros está padeciendo como pocos las protestas de residentes, al combinarse en su caso la conciencia ecológica con el impacto en la rutina de los locales, fruto en muchos casos de una mala organización que lleva a que en un día se concentren grandes cantidades de gente y en otros apenas.
En Baleares, la presidenta del Gobierno autonómico, Francina Armengol, se ha mostrado tajante en el pleno del Parlament y ha afirmado que el puerto de Palma “ni está ni estará preparado” para recibir megacruceros de 400 metros.
Esta decisión está respaldada por los ecologistas del Grupo de Ornitología y Defensa de la Naturaleza de Baleares (GOB) y los antituristas englobados en la plataforma “Hasta aquí hemos llegado. Paremos la masificación turística” (de la que forma parte el GOB) que convocaron una manifestación el día 8 de abril para mostrar su rechazo al megacrucero Symphony Of The Seas.
Ante ello, por primera vez en Palma hubo una contrarréplica social con una manifestación para defender los cruceros y al turismo, abriendo una senda que respuesta a quienes critican al Sector, ya que cada vez calan más los movimientos que pregonan reducir los viajes, apuntando a la conciencia o a la incomodidad de la masificación.
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